Ir al contenido principal

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA


Pedro y los Apóstoles esperaban encontrar la gloria humana, la fama y el poder al lado del Señor. No querían renunciar a su idea de un Mesías triunfante y glorioso, poderoso rey y caudillo. Confiaban que Él pronto instauraría el Reino de los Cielos en el mundo. Con el favor de Dios, rodeado de huestes angélicas, derrotaría sin esfuerzo a los enemigos de Israel, sometiéndolos definitivamente a su dominio. Cristo debía triunfar, humanamente hablando, y ellos estarían con Él, gozarían de su gloria, participarían de su espectacular triunfo.
Mas el Señor les habla de otra cosa, radicalmente opuesta: deben prepararse para el rechazo, para sufrir la ignominia, para afrontar el fracaso humano, para ser perseguidos como unos malhechores y para morir por Cristo y por el Evangelio.
Es verdad que quisiéramos que en la vida cristiana todo fuese cuesta abajo, un “camino de rosas” sin espinas. Pero he aquí que el Señor advierte a quien quiera seguirlo que debe disponerse a transitar un camino sembrado de espinas, a veces muy punzantes: burlas, incomprensión, críticas furiosas, desprecio, rechazo, persecución, incluso la muerte. ¿Por qué? Porque quien quiera vivir como Cristo enseña, se encontrará con la mentalidad de un mundo que no resiste la presencia del Señor, que lo odia, que no admite sus enseñanzas, que no admite que Él pueda poseer y, menos aún, ser La Verdad.
Hoy que tanto se invoca la tolerancia para dar la bienvenida incluso a lo que es moralmente aberrante, no se tolera ni a Cristo ni a quienes son sus discípulos de verdad, aquellos que se toman en serio las enseñanzas de Cristo y no se adaptan a los criterios de este mundo, sino que se transforman por la renovación de la mente, para discernir y vivir de acuerdo a «lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo agradable, lo perfecto» (ver Rom 12,1-2).
Si quieres ser discípulo de Cristo, prepárate para la prueba. Encontrarás en tu camino oposición, resistencia, incluso persecución, abierta o encubierta. Todo ello traerá sin duda una cuota de dolor a tu vida. Pero, ¿qué hacer con esas espinas que encontrarás en el camino? Acéptalas, asume serenamente el dolor que ellas te produzcan, pues quien quiere alcanzar la corona de la vida eterna y la gloria que sólo Cristo puede ofrecer, debe aceptar también la corona del dolor que purifica, que eleva, que hace crecer y madurar hasta alcanzar la misma estatura de Cristo.
Por ello, en el fiel seguimiento del Señor, acoge las espinas que encontrarás en el camino. No les temas. No les huyas. Sus heridas son superficiales. Teje con ellas una corona y ciñe con ellas tu corazón, a semejanza del Señor y de tu Madre amada. Esas espinas florecerán con rosas de inmortalidad y de auténtica realización. No son espinas que destruyen, como aquellas que portan las “rosas del mundo” y sus placeres. Esas espinas sí son venenosas. Yacen ocultas detrás de las rosas y traicioneramente te hieren cuando menos lo esperas. ¡Considéralo bien! Las rosas que recoge el mundo para hacerse una corona de gloria se marchitan, se deshojan, y finalmente sólo quedan las espinas que punzarán eternamente. Mas con las espinas que los discípulos de Cristo encontramos en el camino, es al revés. Éstas, aceptadas con paciencia y fortaleza, ocultan las blancas rosas que de botones devienen en armoniosas y bellas flores

Comentarios